

Ay Cherquenco. Pueblo olvidado e inolvidable a la vez. Se hace presente de nuevo en mi memoria y en mis obsesiones por los obvios sucesos que están aconteciendo en este momento, es decir, porque el Llaima está despertando de su (para nosotros) largo sueño de 13 años. Recuerdo perfectamente ese día de 1994 en la Escuela Japón E-545, el profesor Alejandro Roa nos hacía la clase de Ciencias Naturales y era la primera vez en mi vida que escuchaba la palabra “Hábitat”. Mientras me preguntaba que podría ser el “Hábitat” (mis estúpidos e ignorantes compañeros no dejaban hablar al profesor… suena nerd, pero hasta el día de hoy odio a esos niños hoy hombres que la vida imposible me hacían en ese entonces…). Entre el barullo de la clase y la impaciencia de nuestro profesor, hombre ya casi anciano y con una larga y sacrificada experiencia de docente, yo miraba por la ventana, sumida en mis ensoñaciones, pensando en Charlie Bucket, porque yo creía fervientemente que algún día llegaría Willy Wonka a salvarme del Moraga, del Diego Salvo, del Héctor Núñez, de la Claudia Mellado…, de pronto un papel hecho una dura y gran bola me llega en plena cara y el maldito del Moraga me grita “¡¡Mongola… TONTA!!”. Esos eran mis sobrenombres oficiales, aparte de “Yogur de Petróleo”, por supuesto, nada más que por la sencilla razón de ser la más morena del curso y de preferir leer bajo un árbol a jugar a la capacha o a las movidas en la Cueva de la Momia, acción muy reprobable y digna del más profundo de los desprecios. Pero no hablemos de eso. Para ese entonces aún era una niña sensible y llorona, pero me guardé las lágrimas –de rabia- y me dije que a la salida le tiraría una piedra o le escondería la mochila al muy infame. Tomé papel y lápiz y empecé a escribir todo lo que le haría si no fuera tan pava y tan irremediablemente débil:
*Lo estrangularía con una cuerda de esas para lacear corderos.
*Lo metería preso.
*Le cortaría el cuello con un cuchillo oxidado.
*Lo castraría, como había visto a mi papá hacerlo en el campo a los terneros, con desinfectante azul incluido.
*Le molería la cabeza a pedradas.
*Le haría una zancadilla tan espectacular que mínimo quedaba con la nariz chueca para siempre.
Mientras que con mi mentalidad de tímida niña de 9 años planeaba la más horrible venganza en contra de aquel detestable grandullón –en compañía de sus compinches- que siempre que podía me pateaba o me insultaba… Pero basta, no estoy hablando de mis traumas de la niñez, sino de un evento geográfico. Pero no puedo evitar el relacionar todo. Nuestra sala tenía la más hermosa vista al volcán Llaima que tuviera escuela de pueblo pequeño alguna, en sus amplios ventanales el hermoso nevado se colaba como un compañero y amigo más entre nosotros los niños. Pero aquel día no estaba precisamente de humor para participar en juegos o para acompañarme en mis lecturas taciturnas bajo aquel viejo pimiento, ni se sentía familiar entre las infantiles cabezas que escuchaban al profesor aquella mañana, mientras yo planeaba mi vendetta y los demás hacían desorden y don Alejandro al frente con su cara de “queda poco para jubilarme, yupi”. No es por dármelas de vidente ni de nada, pero hubo algo que interrumpió mis siniestras maquinaciones y me hizo mirar hacia la ventana. Ahí estaba, mi amado Llaima, una de las pocas cosas que me hacen verdadera falta en la vida. Tan nevado, tan imponente, con su eterna fumarola, como un puro inmortal…
De pronto todo eso acabó.
Hubo un horrendo estruendo, seguido de algo parecido a la versión cordillerana de Hiroshima, un GIGANTESCO HONGO DE HUMO que salió del Volcán en cosa de segundos, juro que es la cosa más impactante, impresionante e definitiva que he visto en mi vida, aunque quizá vea la puerta de Branderburgo o las cataratas del Niágara no me conmoverán tanto como esa extremadamente inmensa columna de humo que cubrió todo el manto azul del cielo cherquenquino. El profe empezó a gritar frenético ¡!PLAN DAISY, PLAN DAISY!¡ mientras mis compañeros lloraban desesperados porque sus padres trabajaban cerca o porque pensaban que íbamos a morir todos aquel día. Yo soy naturalmente sensible, pero no me uní al coro general de chillidos, carreras, mocos, lágrimas, gritos, histeria, más mocos, pañuelos Elite incomprensiblemente aparecidos, pellizcos, retorcijones de manos y mejillas, don Alejandro no hallaba que hacer, nadie le hacía caso con el dichoso “¡!PLAN DAISY, PLAN DAISY!¡,
-Oye Nati… ¿Qué vamos a hacer?
-No podemos hacer nada. – le contesté.
Y ahí quedamos, mirando todo, sin atinar a nada, como ya dije, cual verdaderas ratitas frente a una cobra que pronto las engullirá sin compasión alguna.
Después la tele, mi papá dando declaraciones, cumpliendo con su deber de Bombero Chico Bueno, el whisky con hielo milenario, el río pasando por encima del puente, el mismo río llevándose a los muertos y sus tumbas (este río se llama Cementerio y de verdad en esos días le hizo honor a su nombre), aquella descomunal roca de más de cuatro metros de alto que causó la estupefacción colectiva y por sobre todo esas preciosas noches, noches de encanto y horror, sugestión y enigma, de sospecha y maravilla, en que todo Cherquenco se reunía antes de acostarse a mirar como el Llaima hacía erupción, y cuando habían estallidos grandes se escuchaban claramente los “Ohhh’s” y “Ahhh’s” de todos, que eran el comentario obligado al otro día: “Cachaste el volcán anoche? ¡¡Se pasoooooo!!” o “Anoche estuvo fome, apenas se veía la lava en el cráter” o “Ayer si que me dio miedo ¿estai segura que la lava no llegará al pueblo?”, los temblores que a veces nos despertaban y otras pasaban piola, casi parte del paisaje y la delicada lluvia de ceniza del primer día que suavemente se depositó sobre techos y árboles, brindando al paisaje grisáceas tonalidades, causando aún más el desasosiego en los cherquenquinos corazones...
Recuerdos infantiles. El volcán que siempre fue parte importante de mi vida, de pronto obteniendo un rol absolutamente protagónico. Y lo extraño tanto, desde Los Lagos no hay ninguna vista a la cordillera siquiera y cuando estoy en Temuco este apenas se ve, por la culpa de la leña y su humo, y de los
Y ya que el Llaima se despierta, habrá que ir a su encuentro...
2 comentarios:
Felicitaciones, muy buen relato descriptivo, me envolvió en la lectura... lo vamos a tener presente...
sigue así, escribiendo en forma tan agradable!
Llegué por mera casualidad... buscando material del Llaima para un reportaje y me topé con tu relato, insisto, muy bueno, me envolvió...
Esa es la explicación de cómo llegué jejeje
Saludos
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