jueves, 5 de julio de 2007

Al lado de mi casa vive un hombre con su hijo. El hijo tiene cerca de 30 años, trabaja en Temuco y todos los fines de semana viaja a Los Lagos a visitar a su padre, luego los domingos en la tarde retorna nuevamente a la Novena Región. Siempre me lo encuentro en el bus de las 19:45 Temuco-Los Lagos y ya nos saludamos, porque ambos bajamos en la misma esquina de Castro con Errázuriz. A veces viene a verlos la hermana del padre de este hombre y prepara dulces y galletas que reparte a mis hermanos menores Consuelo y Sebastián y siempre en Navidad regala una gran bolsa de confites a cada uno, a pesar que casi no conoce a mi familia, sólo saludos respetuosos entre ambas partes. Esto no tendría nada de particular, un vecino silencioso y su hijo que viven de manera discreta en un pueblo sureño, que se demuestran mutuamente un gran afecto, quizá lo único que me llamaba la atención era este amor, porque se nota que a pesar de que el hijo ya es bastante mayor, está dedicado en cuerpo y alma a su padre. Y esto obedece a una poderosa razón, ya que ambos están solos en este mundo, sólo se tienen el uno al otro. Hace casi 20 años ellos no eran sólo dos, eran cuatro, el papá, la mamá, el niño de 11 años y una hermanita de 7 y vivían todos juntos en la misma casa de ahora y eran un familia más de las muchas que hay en Los Lagos, tranquilos, cariñosos, alegres. Un día de Enero el calor era especialmente fuerte y decidieron hacer un paseo al sector de El Morro, donde el Río San Pedro corre fuerte y hay pozones donde los más avezados nadadores del pueblo hacen sus hazañas, pero que también esta rodeado de arena blanca, pasto donde echarse a dormir y árboles que dan sombra fresca a los que ahí concurren, además que si se tiene cuidado, hasta los niños pueden nadar ahí. Ese día, bueno, no tengo los detalles exactos, pero lo que sí sé, es que hicieron lo clásico que hace la familia chilena en un río, llegan, se bañan, preparan un asado, duermen, conversan. Y cuando la mamá estaba conversando con el papá soñolientamente bajo un sauce de la vida y sus cosas, de pronto escuchan el grito horrorizado del hijo mayor:
¡¡Mi hermanita se está ahogando!!
El papá se desesperó, porque no sabía nadar muy bien y menos en aquel río tan torrentoso, se acordó de todas las veces que había querido intentarlo y que al final había desistido porque no consideró necesario el poseer ese conocimiento, todo esto en una fracción de segundo, de pronto se da cuenta que su mujer se saca la ropa, corre, se mete al agua y nada hacia la niña que llora agarrada con fuerza a una rama, mientras el río pelea con ella en una lucha desigual, el gran San Pedro, máximo afluente del Calle-Calle contra una pequeña de sólo 7 años que se aferra a la inocencia de sus cortos años. La niñita grita y traga agua, traga agua y grita, mientras su padre y hermano observan llorando la horrible escena, él quiere tirarse, pero su papá no lo deja, él tampoco nada muy bien y es muy chico para intentar cualquier tipo de rescato, se queda y rezan al famoso Dios que supuestamente siempre está de parte de los infantes, no por nada Jesús dijo “Dejad que los niños vengan a mí” y se aferran a esta sugerencia, confiando en que el buen Jesús ayudará a su niña. La mamá nada y nada, intentado que no se la lleve la corriente, pugna por alcanzar a su hija y llevarla a tierra, secarla con la toalla que trajo y llevarla a casa, no ve nada, el agua tapa su visión y sólo se orienta con el llanto de su hija que la llama desesperada:
¡¡Mamaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaá!!
De pronto siente una manito que aletea, la agarra fuerte, la chiquilla se abraza a su mamá, esperanzadamente empiezan a emprenden el camino de regreso hacia la orilla, la señora se agarra de una rama que parece firme, pero como tantas cosas en la vida, era sólo frágil apariencia, la maldita rama se quiebra de inmediato y son vencidas por la Naturaleza, el río se las roba y no las devuelve nunca más... el padre y su hijo sólo alcanzan a verlas fundidas en un estrecho abrazo corriente abajo. Ellos también corren por la orilla, no puede ser verdad, ellas aun pueden salvarse, como es posible tanta desgracia, si ellos sólo querían pasar un caluroso día de verano en familia Por lo que sé fueron encontradas unas semanas después, varios kilómetros más abajo del Morro, fue sumamente difícil separar sus cuerpos entrelazados hasta la muerte. El hombre nunca más se casó, quizá porque se dio cuenta que todo es demasiado frágil en este mundo, un día estás, al instante siguiente ya no. Que se yo. Pero ellos dos sólo tienen el uno al otro, y ese hombre jamás deja de visitar a su padre cada fin de semana y pasean juntos del brazo, a paso lento por las calles de mi pueblo, en una de esas, bajo la mirada de un Dios ausente y lejano.

4 comentarios:

NEwTotro dijo...

nadie sabe a donde va... pero algunos saben a donde quieren ir.

Cuidate

Sibila dijo...

un abrao fuerte para vos...
fuerza en todos...

sibila

Anónimo dijo...

interesante relato estimada nati... concuerdo con NEWTOTRO, cuando dice: "nadie sabe a donde va... pero algunos saben donde quieren ir"...

El amor se siente a ratos, sin embargo, es VISIBLE en situaciones EXTREMAS como estas...

sin sufrimiento no hay compación, y sin este necesario sufrimiento no podríamos VER el amor....

puede ser ESTOICO... no sé... creo que si, pero es verdad, prefiero sufrir y VER el AMOR que vivir toda una vida sin haberlo conocido nunca....

y si... DIOS ESTA... no en el el agua tormentosa, sino en el inseparable abrazo de la madre a su hija y prq no en ese lento caminar de un padre añoso con su hijo adulto... ese es amor....

besos!

nati dijo...

shuta...

soy yo la nati durán

jajaja